Autobiografía - Relación con la lectura
Aprendí a leer los cinco años. Me encantaba leer: todas las noches me leían antes de irme a dormir y me entusiasmaba ahora poder hacerlo yo misma. En mi infancia temprana los libros que más me leían eran los de “Valeria Varita”, un hada y sus inseparables amigas (también hadas) que viven divertidas aventuras llenas de magia. Los libros estaban llenos de ilustraciones preciosas que me llenaban de ilusión a mi corta edad.
A mis siete años leí mis primeras novelas: los libros de “Caídos del Mapa” de María Inés Falconi. Leí lo más rápido que pudo todos los que había y esperé ansiosa a que se publiquen los que faltaban. Tenía los de la editorial Quipu, cuyos libros leí compulsivamente por al menos dos años. Me gustaban particularmente los de terror. A esa edad no había visto ni leído historias de ese género: mi única aproximación a él habían sido las historias que contaban mis primos más grandes en las noches de reuniones que se suponía que nosotros los chiquitos no debíamos que escuchar (no porque ellos no disfrutaran de asustarnos, sino porque nuestros padres no nos dejaban).
Cuando ya me había leído todos los libros de Quipu, Agus (una de mis mejores amigas de la infancia) y yo construimos el hábito de intercambiarnos libros. Cuando ya me había leído todos los libros de Quipu y todos los libros de Agus, le pedí a mi papá que me comprara algunos libros de “Elije tu propia aventura”: ahora podía leer mis libros una y otra vez y seguir sorprendiéndome.
En 2014, en el festejo de mis nueve años, el padrino de mi hermana me regaló el tercer libro de la serie “Ami, el niño de las estrellas”. Aún no sé porque me dio el tercero, yo no había leído los primeros dos, pero me vi intrigada y me los compré (mas bien me los compraron). La historia narra el encuentro entre Pedro, un niño de diez años, y Ami, un extraterrestre que está visitando la Tierra; ambos exploran el mundo del otro y se ven envueltos en increíbles aventuras. No los terminé. Leí una parte del primero y los otros dos ni los abrí, pero esas veinte carillas me afectaron enormemente. En una escena Ami visita la casa de la abuela de Pedro y ven sobre la mesa un plato con carne y papa fritas. Al verlo, Ami exclama con asco: “¡Bof! ¿¡Cómo pueden comer un cadáver!? ¿Te vas a comer un pedazo de vaca muerta?”. Por supuesto que yo sabia lo que era la carne, decenas de asados familiares me lo habían dejado en claro, pero leerlo tan explícitamente me sorprendió. Desde ese momento quise ser vegetariana. Lloré y me angustié religiosamente cada vez que comí carne por los cinco años siguientes. Discutí con mi papa que me obligaba a comer carne (con justificaciones más que validas teniendo en cuenta que tenía nueve años, pero que a mi no me interesaban escuchar) y pasé horas frente a platos con churrasco, asado, vacío, cerdo, comiendo entre lágrimas. Finalmente, a mis catorce años deje de comer carne. Nunca termine de leer “Ami”, pero me cuesta pensar en otro libro que me haya marcado tanto.
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